El número cien de seguidores me ha sorprendido, no porque tenga la certeza de tal lealtad, si no porque el Cien, es Juan Carlos Cuba, con quien crecí en los tiempos del Teatro García Lorca. En los años noventa éramos como veinte personajes de diferentes carreras, estilos y misterios. Algunos como Juan Carlos tenían un repertorio lleno de poesía y profundidad. Otros, como Barbarita poseían matices personales que la harían llegar a Suecia, una psicóloga que luego dio clases de rumba, después hizo trencitas y hoy creo dio el salto a la semilla. Juan Carlos de origen mexicano y establecido en la Habana, con acento incluido y una melena riza que robaba la mirada, una dulzura presa de su novia rubia. Armenia, quien trabajó en lo de bebetecas, en México y ya no sé donde estará. Beatriz, delgadísima muchacha con mucha gracia, cuentera fresca, natural. Eramos tan jóvenes...
Yo contaba siempre historias terribles. No me gusta tu look, dijo Garzón Céspedes el día que me vio por primera vez. Mayra guardó silencio y yo permanecí desnuda, metafóricamente hablando porque contar a Eliseo Diego, arranca lo superficial. Con el tiempo, me ha preguntado Mayra por qué aquellos cuentos, mi apariencia era tan frágil, infantil, pero hay cargas personales sin cuerpo y van buscando un proyectil para salir. REcuerdo todo con alegría y nostalgia, aunque para mí viajar a ensayos o presentaciones era como un viaje interprovincial y peor cuando me acompañaba aquel novio jefecito de retaguardia de la FAR y se metía bajo la camisa una pistola del papá. Era una bestia y dramas, celos en aquella majestuosa escalinata del teatro, al bajar. Lo bueno, es que el tiempo pone cada liendre en su lugar.
El teatro FEderico García Lorca hoy es otro. Sus techos no soportan la filtración, hay puertas que no abren ya. Tiene un aspecto interno sombrío. El taller de Mayra Navarro sigue teniendo muchos alumnos, conserva la modestia, la fuerza y la sala. Con ella aprendí a ser, porque es increíble cuánto se descubre uno en los cuentos que cuenta.
Que hayas tenido buen destino, Juan Carlos, conjuremos el Había una vez, en estos tiempos de silencios avergonzados o de ermitaña condición.