28 enero, 2013

José Martí es un monte

No se ven bien las maravillas cuando se está dentro de ellas. Las colosales figuras, los colosales hechos, sólo a distancia adquieren sus naturales proporciones y se enseñan en su conjunto y hermosura. Cartas de Martí. La Nación. Buenos Aires, 9 de mayo de 1885.
 
 
Un 28 de enero nació José Martí, para mí, el hombre más grande que ha dado América. Yo cargo con un busto de Martí a todas partes, para escándalo de quienes se ríen de esas cabezas que pululan por toda Cuba, de esa presencia usada como pisapapeles en varias oficinas que vi. Por estas tierras, muchos desconocen quién fue y asombrados, preguntan,  intrigados por el bigote. Cuando develo toda la verdad, recuerdan que en cualquier taquería puedes encontrar un trovador que entone los Versos Sencillos.
Crecí con su pre-esencia en los libros de mi familia. Aprendí a leer con La Edad de Oro, porque mi madre contaba del Señor don Pomposo y de La Muñeca Negra y para mí, era importante abrir aquella garganta hojearla y descubrir. También mi abuela lo veneraba desde el altar de santería y junto al mulato Maceo y San Lázaro y Oshun, la foto del poeta revolucionario siempre tenía una rosa del jardín. MI abuela decía: Yo le pido a Maceo, tú le pides a Martí. Es un espíritu grande ese hombre, niña, ese hombre hizo de tó.
Y empecé a leer  a muchos, pero nadie me hablaba al oído como lo hacía Martí. Y sí, le fui pidiendo luz a lo largo de mi carrera; quería comprender su vastísima obra, el sufrimiento,  la capacidad para soportar los avatares propios y ajenos. Su lealtad, su infinito amor por el prójimo, los celos de su Lucía, en quien me vi. La traición de su Carmen a quien odié. La composición única e irrepetible de su prosa y las venas de su poesía. Por él, amé a Gerardo Fernández Fe, con sus ponencias sobre autores franceses y otros demonios. Conocí a Ernesto Hernández Busto  quien escudriñaba apasionado y daba puntos de vista, diferentes. Consolidé mi amistad con Ignacio Cruz a quien supe martiano desde la Preparatoria. En aquellas Jornadas Investigativas del Instituto Pedagógico Superior,  curioséabamos con verdadera pasión en toda la obra de Martí. No nos íbamos con la ola de las transcripciones;  evitábamos cómplices el sueño de los jurados. Creo en las personas que respetan a los escritores, en quienes pueden apreciar un brillo superior y considero repulsivo toda la bandada de urracas que buscan figurar con un análisis superficial e intentan igualar a nuestra condición de inútiles mortales a personalidades como la de José Martí. Hoy la política es calzoncillo de todos, oficio de lavanderas y cada quien usa su tendedera como le viene en ganas a su ignorancia.
Discuten si fue borracho, si fue padre de María Mantilla, si fue un tonto por soñador, si fue un cobarde por escribir, si fue un suicida por morir en combate. Cada año en esta fecha, evito repasar los sitios cubanos fuera de Cuba y también me aparto de los sitios dentro del país. Martí es inagotable, lo estudio hace más de veinte años y no termino hoy, ha demostrado tener esa luz avistada por mi abuela. El sigue sonando como aquel pandero de la maestra Aymara, con el que nos despertó en plena adolescencia, con el que nos dijo que no importaban las consignas y las letanías si uno no siente el pulso de las voces. Ha permanecido en mi escritorio y entronado en mi cabeza, poco a poco lo voy legando a mis hijas. Los niños no se interesan en la imagen, no se ríen. Ellas quedaron en silencio frente a la historia del presidio, frente a la herida inguinal, frente a Bebé traviesa y una rosa blanca que cada quien cultiva en su interior.  Debe vivir con oscuridad intensa quien se prive de esta luz. En carta a Manuel Mercado el 22 de marzo de 1886, el Maestro escribió:
Y luego ¡si V. me viera el alma! ¡si V. me viera cómo me ha quedado, de coceada y de desmenuzada, en mi choque incesante con las gentes, que en esta tierra se endurecen y corrompen, de modo que todo pudor y entereza, como que ya no lo tienen, les parecen un crimen!
Siguen las coces y los asnos se reproducen, pero ¡qué importa! nadie como él para ser la maravilla de un monte. Prefiero andar sus escritos, sin equipaje y descalza. Complace  quedarse detenido, acá tan lejos,  ante la iluminada inocencia de mi abuela. Prefiero quedarme con él a buen recaudo, dentro de mí, a salvo de unos y de otros.
 

23 enero, 2013

La soledad de las vocales

Crecen autores que me animan a escribir, leerlos es como mirarse a un espejo. Escuchar-se leyendo-les.

“cuando nos separamos me pareció que lloraba, tal vez se compadecía de mí”…
José María Pérez Álvarez clavó un libro en mi ventana y debí salir al jardín para obligarlo a mostrarme las razones,ocultas,  de su lomo: “siempre se muere en una patria que ya no existe”…
Juré sobre La soledad de las vocales y le dije que muchas mujeres como yo subían a los autobuses y como cualquiera sabían que la felicidad no se encuentra al viajar, pero una mancha de humedad en el techo semeja un paraíso en la vida de uno. Los Ajenos torturados por sus individuales exilios  agonizan y parecen gorgojear en un coro mayor. Mientras tú, en silencio, aprendes a bucear en  las voces del pasado. El alarido del sueño en fuga, el calendario dando aldabonazos y uno ausente como las ciudades sin identidad. Uno hecho un lío porque no puede describir algún jirón personal.  El escritor me deja vomitar las frases, me atraganto narrataria y le agradezco que haya construido una pensión donde encarceló varios silencios. “La mancha de humedad en el techo, se parece a la isla de Jamaica”, me escribe en la palma de la mano y yo qué sé. Si ando buscándole símiles a cada grieta en el camino y veo un costado de mi isla en todas partes. Lee, el escritor, me zarandea:(…) “todo se extingue, las vocales y las consonantes agonizan de soledad en los letreros de neón como dientes que se les caen las palabras...”
Remiendo la sonrisa de mi sombra y digo: no quiero ser una de esas “mujeres que pasaban de largo”, pero él no mitiga desconsuelos . Lee, con voz que huele a las muchas bebidas con las que suelta la lengua su personaje “me aburren las personas que recuerdan el ayer irrectificable con la nostalgia de los tiempos mejores, de los buenos tiempos y olvidan que tuvieron que emigrar, que tragar miseria”…
Y como no bebo, levanto mi borrador. Despido al escritor que se va a horcajadas sobre el libro, rápido como un chasquido. Después de este empujón voy a escribir una novela de retazos porque La soledad de las vocales ha grabado en mis hombros una parvada de fantasmas. Voy a escribir  con el estómago vacío, con el hambre entrenada y el guiño de las sombras, sólo así, podré darle voz a  los silencios que me cargo.
 
La soledad de las vocales. lll Premio Bruguera de Novela.

16 enero, 2013

El pasaporte

En los países civilizados, si no me equivoco, ya no quedan brujas, ni magos, ni hechiceras, ni encantadores. Pero el país de Oz nunca ha sido civilizado, ¿sabes? pues estamos incomunicados con el resto del mundo. Así es que seguimos teniendo brujas y magos entre nosotros.
                                 El mago de Oz

No aplicó para la Ley de Memoria Histórica, un dolor de estómago le dobló la esquina antes de llegar. La cita conseguida desde Puerto Rico, porque entrar a la página de la Embajada era más fácil desde aquí. Ahora quiere un pasaporte, para trabajar unos meses y volver con dinerito. ¿Trabajar dónde? ¡Tienes sesenta años papi! Pero él no entiende, quiere comprarse unos pulloverts de esos que tienen un perro ¿tú sabes? El sueño de toda su vida lo mira, lo ceba, lo esculpe cada noche, desde su colchón aflatado.  Y cuando amanece le da libertad para vigilias, compra el periódico, toma café y se sienta en el portal. Portal frente a la calle pasarela donde Yunismy le dice que cuando ella salió pensó trabajar con las letras, algo de letras, ella se graduó muy bien, oye, fea como un trompón, pero inteligente eso sí. Para una mujer la inteligencia debería adornarla, dice ella sin darse cuenta del halo gris como diadema… Pero le pedían manejo de dos idiomas, ¿ruso para qué? y excelentes habilidades con la computación y ella pues apenas el internet, corta y pega, es difícil vivir en un país sin vecinos y se excusa para ocultar el pavor ante aquellas entrevistas, la evidencia de que no era ni remotamente la mejor. Y Fede, el pintor, le grita,  que no deja el gimnasio, es fibroso y delgado como un jiquí como un protagonista de Juan de los muertos, pero levanta las palanganas y las pesas improvisadas  de Bitín  y le dice: Lo que tú necesitas es un socio como yo, deja que me consiga un pasaporte y vamos a echar a andar el negocio. Mira desde la ventana de la barbacoa, un trozo de la ciudad y parece levitar olvidado de la cola de la guagua y el cartucho de mierda que tiró por la ventana. Se mira las manos  Coño,¡si yo soy el mejol! Y pasa el bonito, Yoandri no sigas engordando, apaga su cigarro y de una patada espanta una lata de cerveza: ¿Qué bolá, tío? ¿Cuándo vas a despegar? El viejo se rasca la barba y escupe al piso. Déjate de gracia, Yoa. Se ve que tú no tienes que hacer ná. Yoandri tiene a su madre en España, le han dicho a los vecinos que trabaja en una oficina allá. Ha venido dos veces y cargá, dice el bonito inútil de 30 años y abre los brazos como pintando maletas en el aire caliente. El día está de sofoco y en España están a dos grados, Chela la mamá del Yoa debe tener las manos congeladas, limpiar pisos es su trabajo en realidad, paga un cuartico y guarda dinero porque siente orgullo cuando va de vacaciones a Cuba y se compra sus cuatro vestiditos, hasta una cadena con baño de oro y ella asume la Embajada de la familia y habla con la z mientras enseña su mejor pose detrás de un buró. No estudió carrera como Yunismy, pero cuando se fue a España tenía buenas nalgas.   El viejo cierra los ojos, quizás en un par de horas, una semana, suyo será el pasaporte y la espuma, la cuchilla de afeitar con vibra, el rib eye, los surullitos, el chorizo español, el jabón de leche de burra, las botas de serpiente, el reloj de oro y las gafas Ray ban, quiere darle la vuelta al mundo y lo atesora en una caja de galletas... son varios apuntes. Lo único que necesita es a Lucía, o sea yo, su única hija, de mí espera todo, el pasaporte, una maleta, un avión.  
 

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