19 agosto, 2019

Todas las almas, de Javier Marías


La conjunción incierta 

Todas las almas pueden estar contenidas en un cubo de basura, todo lo relegado, lo olvidado, lo usado ahí tiene destino. Nada las salvará  de perderse entre lo que purgas, lo que desechas, lo que condenas. Nada salva a las almas muertas del olvido. Quizás,  el recuerdo.

Javier Marías, nutre esta novela de ausencias y presencias. No es azaroso que sea considerado uno de los escritores europeos más innovadores. Su estilo tiene un sello labrado desde los diecinueve años. En voz de un profesor de Literatura,  salva almas de su propio olvido y les da vuelo en oraciones extensas con un estilo que va a galope como cuando el protagonista  tiene sexo y piensa en resfriados. A veces se encabrita. Parece enojarse consigo el Narrador:

Estoy perturbado por mi ausencia del mundo y ya no sé distinguir aquello a lo que se deben dedicar pensamientos y aquello a lo que dedicárselos es una perdida deplorable de tiempo y concentración.

Otras ocasiones se detiene en una mirada, cuyos ojos nos indican cómo observar:
Aunque a lo largo de dos años aprendí un poco a mirar opacamente – a mi voluntad…

Algunos han definido esta novela como autobiográfica, es ese olvido del lector que no todo lo escrito, está obligado a ser real. Y no lo es, como él se ha encargado de reiterar. Todo lo que acontece se desarrolla en Oxford, él como maestro madrileño, rodeado de la rancia cultura académica. Soltero y solitario habita una casa piramidal tal como dice fue en su realidad de dos años vividos cerca de los dons, de la ciudad en almíbar, de los chismes de pasillo y de clases aburridas. Pero este es un libro que parece una conversación, un Narrador que se deja ir con los recuerdos y enjuicia todo y a todos los que le rodean, aunque él tampoco salga bien parado:

A veces el saber verdadero resulta indiferente y entonces puede inventarse.

Elocuente, juega con las distancias el escritor porque el Narrador comienza contándonos que  ya no está en Inglaterra, ahora está en Madrid y con el recuerdo se traslada, otra vez, a aquellos días en que una chica joven en el tren de Londres lo miró y vinieron días de almas muertas, solitarias, sombrías o no. Se atreve a desnudarse ante el lector.
Si a mí me llamo yo, o si utilizo un nombre que me ha venido acompañando desde que nací y por el que algunos me recordarán, o si cuento cosas que coinciden con cosas que otros me atribuirían (…)es sólo porque prefiero hablar en primera persona y no porque crea que basta con la facultad de la memoria para que alguien siga siendo el mismo en diferentes tiempos y en diferentes espacios.

En un inicio quedaron atrás las cenas opíparas, de conversaciones ególatras y de ojos inquisidores. De tipos que miran el busto de la esposa ajena, de catedráticos hablando de lo mismo. De alumnos comilones, que se largan de inmediato. El Narrador se declara vanidoso, porque dos de sus conocidos han muerto y quizás si él hubiera estado allí…y  el tiempo le confiere la frialdad de la distancia, porque el recuerdo es otro, menos emocional que el inmediato.

Lucho con el aletargamiento del espíritu dice, contra el aburrimiento de clases en las que se inventa definiciones para la traducción. Y a veces el domingo, lo vive con pesar:
Uno de esos domingos desterrados del infinito…

Se congela la parte espiritual, envuelta en una búsqueda de lo individual, regodeos descriptivos de  encuentros sexuales, egolatrías. Catedráticos que se adornan y parlotean de sí mismos. Una fuga personal, le provoca cierto entusiasmo al Narrador, la búsqueda en librerías de viejo. Definición poética:
El cazador de libros está condenado a especializarse en lo que se refiere a sus principales presas, a las que rastrea con mayor ahínco…

 En los límites de la universidad, charlas anodinas como huida de tanta sapiencia.
Escrito con frases muy largas, todo pasa a través de los ojos del Narrador y del monólogo interior no escapan de su crítica los que le rodean o el ser en que se ha convertido. Tampoco cae en descripciones cansinas, usa  sobrenombres como epítetos, por ejemplo:
Así era Cromer-Blake y así era el Inquisidor, también llamado el Matarife y el Destripador y cuyo verdadero nombre era Alec Dewar.

Este Cromer Blake hace una ruptura en el ritmo y es un buen efecto el que acostumbrados a leer el universo narrativo del Narrador, en un capítulo y en forma de diario, entramos al dolor, al miedo, de alguien que va a morir. Un personaje culto, empático y homosexual, cuya enfermedad sabemos es terminal y no se nombra. Pero Marías usa a Cromer Blake como narrador intradiegético homodiégetico y nos pone de su lado. En ese lugar, inmutable y rancio, es un protector de nuestro Narrador, también sus ojos y oídos, porque él domina cada historia de vida, de los de alrededor.
Todas las almas, ¿qué es si no ese transcurrir entre el profesor madrileño solitario y su padecer en soledad? ¿Acaso los otros, la amante casada, el profesor jubilado, el maestro indio, el marido infiel, la gorda sonriente, la chica comparada no viven su propia asociación de individualidades?

En cada individuo, el alma padece guardando secretos. El develarlo no depende de cada quien sino del que los interpreta, los visualiza y los pone en lengua:
Todo lo que nos sucede, todo lo que hablamos o nos es relatado, cuanto vemos con nuestros propios ojos o sale de nuestra lengua o entra por nuestros oídos, todo aquello a lo que asistimos (…) ha de tener un destinatario fuera de nosotros mismos.

En esta novela el Narrador va de su ayer a su hoy, de alguien ya casado. Con hijo al que no teme nombrar como desconocido, “el niño nuevo” . Ahora el Narrador tiene esposa y lleno de recuerdos nos comparte el horror de las cosas asociadas por el regresar a un pasado que lo visita, un hombre cojo y una florista y un gamberro, pueden crear asociaciones absurdas por la maldad que imaginamos. El aprendió a asociar, esa conjunción de niño y viejo, de presente y futuro, en un evento que lo desborda. El Narrador nos causa horror cuando desconoce a su hijo,  incierto su  destino. Cuando convive con una resignación que nada aporta. También el recuerdo de lo pasado puede ser de miedo, si aquel espacio lleno por un cubo de basura ahora ya no está y queda él,  frente a la conjunción de nuevas vivencias, frente a la partida de los otros y el descenso de la vida, tan próximo cada vez, tan colindante: el caminar de cada alma hacia la muerte. 
…ellos no fantasean, y yo en cambio sigo fantaseando con lo que ha de venir…
                                  


06 agosto, 2019

Los santos inocentes: el campo duele...


Imagen: http://vocesdelasdosorillas.blogspot.com/2011/04/miguel-delibes-una-obra-generosa-y.html

 Leer la novela rural de Miguel Delibes, Los santos inocentes   garantiza reconocer al autor, como representante del Realismo Social. Aunque su novela que marca el inicio de este movimiento es El camino, Los santos inocentes resulta un exponente particular porque en ese transcurrir de los acontecimientos narrados, la novela se convierte en un cuadro de la realidad: la vida sumisa de los oprimidos, la desesperanza, el contexto injusto y malsano del latifundio, en el cortijo el campo duele.
 ¿Cómo logró el escritor un cuadro social tan nítido y poético a la vez? “Yo entiendo que novelar o fabular es narrar una anécdota, contar una historia”, decía y cuando se lee la novela todo parece fundamentada en una noticia que pudo ser, un crimen. El microcosmos rural gana una trascendencia universal porque esos campesinos que sirven, consagrados a las familias pudientes del cortijo son las que llevan en sus hombros la novela. Se aprecia el apego a la fuerza natural de la oralidad. En la reiteración, los estribillos, los arranques de oraciones que describen en voz de los personajes.
Despreciados, los pobres, se sienten honrados cuando los necesitan. Su razón de ser está en servir:
“A mandar don Pedro, para eso estamos”.
Cuando Azarías, el tarado, el que se orina las manos y se entiende con los pájaros es despedido, el párrafo escrito desde la obediencia, el temor de su cuñado, parece revolvernos la conciencia, es como un grito callado:
Y Paco, El Bajo, los ojos en las puntas de sus botas, continuaba girando la gorra entre las manos, así, sobre la parte, y, al fin, juntó valor y, razón, bien mirado, no le falta, señorito, pero…
El libro dividido en cinco partes, como capítulos y el autor los llama libros, pero en realidad son extensos párrafos, separados por comas que exigen una lectura activa y muy rítmica. Con este devenir de las palabras nos describe las diferentes clases sociales en la Extremadura de 1960, los campesinos humillados y olvidados en sus obligaciones, en sus dolores, indefensos y serviles. Ellos colindan con personajes como Pedro el Perito, que no tiene dominio sobre su mujer, cornudo y con cierto poder sobre la familia más desfavorecida,  decide romper con las esperanzas de superación de quienes vienen de abajo. Iván, el señorito de provincia, despiadado, grosero, víctima de sus propias obsesiones por la caza. La marquesa que estira la nariz y reparte monedas como limosna piadosa. El Obispo  aparta la mano, porque le han besado el anillo. Tan cerca de Dios, tan lejos de los hombres. Mirian, la joven provinciana que se escandaliza por la pobreza pero no hace nada por cambiarlo.
El campo con su flora y fauna luminosas, pero los que más cerca están de su belleza, más lidian con el trabajo, la humillación y lo escatológico:
De tal forma que, al cabo de unas semanas, las flores de los arriates emergían de unos cónicos montículos de escíbalos, negros como pequeños volcanes…
Y cada lunes y cada martes, aparecía en el Cortijo un nuevo evacuatorio…
Y es que en el afán de Azarías, el laborioso, el no poder hacer nada le inquietaba. Suelto como un animal de arado, sigue un surco de costumbres. Había que trabajar, como todos los de su familia aunque fuera acarreando cagarrutas con las manos y asfixiando las plantas de puro afán. El más incapacitado de la mente, tiene fuerza en el cuerpo para escalar árboles, para correr al cárabo y ternura para mecer en sus brazos a la Niña Chica, enferma, minúscula, a quien todos ocupa en que esté limpia pero hiela la sangre con alaridos ajenos a lo humano.
Régula, la hermana de Azarías abre y cierra el portón. Acepta a su hermano, aunque en su pequeña habitación ya no quepa un alma y sus hijos tendrán comportamientos distintos como es el campo mismo, donde el mismo tallo nunca da la misma flor.
       Los acontecimientos en la novela se desgajan como un cerro. Los párrafos largos, se conciben con oraciones separadas por comas conquistando así un ambiente de aceleración y emocionalmente activo. Cuando Pedro el Perito da sus órdenes: de amanecida soltarás los pavos y rascarás los aseladeros, que si no no hay Dios que aguante con este olor, qué peste, y ua te sabes que la señora es buena pero lo gustan las cosas en su sitio,
Y la Régula, , a mandar, don Pedro, para eso estamos…
Hay también repeticiones como esa frase que marcan a la Régula, una mujer vencida, sin voluntad porque su razón de ser está en cumplir con la multitud de servicios que le piden. En palabras de Azarías, hay también un estribillo, donde vuelca sus afectos, su bondad, unas palabras con las que muestra su cariño: Milana bonita, lo mismo cuando acaricia un pájaro o cuando toca el entrecejo de la Niña Chica, tan desvalida como él, el anormal.  El loco, con cerebro atarantado, el que no sabe contar las mazorcas, pero sabe ejercer la compasión.

El poderoso es hipócrita,  despiadado. “…las ideas de esta gente, se obstinan en que se les trate como a personas y eso no puede ser, vosotros lo estáis viendo”. Y con esta frase define Delibes la realidad de un contexto rural en el que la ausencia de misericordia frena inteligencias y aplasta sensibilidades.
No sólo el cuadro nítido de la realidad de explotación y marginación en la que se vive en ese ambiente, también Delibes concibe poesía en lo que cuenta: voz brumosa, amarillas pupilas implorantes, con su sucio dedo corazón, cuando describe a Azarías.  Vuelo corto, blando y primerizo resume el aleteo de la grajeta. O contundente cuando nos habla de una alucinación:
El Ireneo, de noche en blanco y negro, como enmarcado en un escapulario, y de día, si se tendría entre la torvisca, policromado, grande y todopoderoso, sobre el fondo azul del cielo…
Es magnífica visión la que garantiza Los santos inocentes, la herida está expuesta. ¿Quién le cree a los poderosos? cuando aseguran:
Lo creas o no, René, desde hace años en este país se está haciendo todo lo humanamente posible para redimir a esta gente
 Duele leer la ignorancia y las condiciones inverosímiles que rodean a la familia de Régula, la azorada servidumbre de Paco el Bajo, que sigue rastros en cuatro patas y en varias ocasiones se vanagloria porque comparan su habilidad con la de un perro y en su pobreza la solidaridad con el Azarías, eje de la novela, los cuidados para con sus hijos, la entrega a la tierra. Duele respirar ese microcosmos escrito por Delibes y sentirlo aún, en cada entorno rural donde hoy, la gente todavía sufre.
La triste realidad de todos los Azarías ha sido inmortalizada y bien dijo en entrevista el autor:
Es decir que a mí, cuando no me dejan hablar en los periódicos hablo en las novelas…
Miguel Delibes ha dicho bien, con poesía, con verdad. Ponle grito en tu voz:  Milana, milana bonita…


LinkWithin

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...