Escuchaba decir a mi madre: "Se cree la reina de Chantecler". Hacía referencia a un filme español que jamás he visto y con el que se inauguró el segundo cine de mi barrio, el 21 de diciembre de 1968. Se llamaba Paraná. Pero ese parecía una caja de zapatos. El Salón Rosa me fascinaba, con sus 901 localidades, para mí era el mundo. Tenía alfombras rojas que combinaban con las cortinas y las butacas. De pelitos, decía yo, que no conocía el tul, ni "el placer de la seda".
El Salón Rosa era cine y teatro, según mi padre que no es el historiador pero ¡inventa cada cuento! allí vio bailar a Tongolele y se volvieron vivas las mosquitas muertas con la presencia de...Jorge Negrete. Era como un universo fantástico: los relieves de yeso, las figuras grecorromanas. Seres alados, torsos desnudos parecían convocarnos a la prosperidad: un cine de caché.
Leo en Una mirada sobre el Cotorro, de Raúl García Dobaño:
"Como detalle curioso relacionado con el cine Salón Rosa, se destaca que el dueño del céntrico terreno, el señor Fermín Ordóñez lo cedería, para la construcción del cine, con dos condiciones: que la sala cinematográfica llevara el nombre de su única y consentida hija, la señorita Rosa, y que pasados diez años (en 1966) el cine quedara en sus manos como único y legítimo dueño.
El primer punto de tales condiciones se cumplió pues se bautizó el cine con el nombre de Salón Rosa, el segundo; no, porque triunfó la Revolución".
A partir de entonces el cine no fue de Rosa, éramos dueños los del barrio y las colas eran interminables y los ánimos exaltados y las butacas de todos, también los que tenían cuchillas para rasgar la seda. Desfilaron películas taquilleras como El Peñón de las Animas, Alejandra, El hombre que mató a Billy el niño, La Chica Terremoto, El gran rubio con un zapato negro, La vida sigue igual y muchas más.
Mi última visita al Salón Rosa fue ya entre las carencias de lo que se bautizó como el Periodo Especial. Los dos pisos, con butacas salteadas semejaban una dentadura con pocos dientes y en la pantalla se abría, como una mueca, un tajo impune. Desconozco cuando cerró sus puertas de forma definitiva. Lo he visto por fuera y siento alivio de que aún conserve, apagado, el anuncio otrora luminoso de la entrada. Usa maquillaje por las mismas razones que algunas mujeres.
Por dentro, unos dicen que una disco. Otros, un proyecto de cultura popular. Está desmantelado.
Es imposible la colindancia del Reino de Zeus y aquel contexto bucólico, populachero. No tendrían larga vida el piso de alfombra y los baños apestosos.
Desde lejos, mis evocaciones buscan refugio donde mismo. Todavía hay noches que me asaltan los colores internos de aquella sala de cine. Espanto el recuerdo, pienso en las imágenes de mi infancia como metáforas y escribo para exorcizar.