29 agosto, 2013

Embarazo en la adolescencia


Yuridia es la rara de la familia. Tiene 20 años, estudia en la Universidad de la Habana y es virgen. Sus primas, de 15 y 17 respectivamente, ya tienen hijos. Dejaron de estudiar y le repitieron incansables, a la madre “No me lo voy a sacar, ni lo pienses” o “Tú encargas” como le dijo la de quince al novio, antes de que este pintara la última huella de su bicicleta en el portal. Hoy dos bebés miran el techo, gorgorean lo impredecible de sus suertes, mientras la abuela vende el café y se promociona de boca en boca, como costurera. No paga licencia y no alcanza tampoco para los pañales y la fórmula, de eso se encarga el tío que les manda dinero de Mia-mi.
Aixa y Yusimí, las primas quieren seguir su existencia sin trabas, por eso hay discusiones en la casa y los muchachos que las cortejan vienen y se van. Soy soltera, son mis sobrinos, se les escucha ante el cortejo y se aprietan en diminutos shorts sus caderas de recién paridas. Así parlotean y se ríen, engañan  a los incautos. Las primas no trabajan ni estudian y se burlan de Yuridia, la mojigata, la quién sabe qué.
En Cuba 53 de cada mil nacimientos ocurren antes de que la madre cumpla 18 años. La educación sexual los ilustra desde la secundaria, algunos padres les explican a los nueve o diez porque la actividad sexual está manifestándose con mayor precocidad. Sin madurez física, ni responsabilidad para enfrentar los cambios las madres y padres adolescentes ponen a las familias en una encrucijada. La interrupción  del embarazo, el aborto, la regularización  quizás dejaron de apreciarse como en los noventa, cuyo abuso parecía indicar eran entendidos como método anticonceptivo. Aunque por sospechas de embarazos se practican “regularización menstrual” un alto porcentaje de jovencitas, los ginecólogos lo indican cuando se presume hay pocas semanas de embarazo. La regularización es un método también doloroso física y sicológicamente, es un método de succión.
Yuridia comenta con su novio la filosofía de las primas. Una avanzada contra la madre, una presión egoista parece ejecutar una guerra sin cuartel. “Si no me cuidas al niño, me pongo a jinetear”. “Si no me cuidas la niña, me la llevo con el primero que venga y ya verás”. El chantaje emocional y el sexo como veleta las lleva en comparsas constantes y la música que siguen está marcada por el aburrimiento, la playa, el oleaje, el calor, de esas excusas manan sus irresponsables decisiones. La inmediatez de la urgencia entre las piernas, el vacío de sueños o proyectos, mil excusas que no eximen de echarse la vida al hombro.
Yuridia sabe que los pequeños de su familia crecerán con el afecto de la abuela y los eventuales tratos o maltratos de los “amigos” de sus madres. En algún momento,  la vida les pasará factura a las primas “normales”, cuando la falacia de la eterna juventud las confronte.

26 agosto, 2013

Muertecita de miedo

Las historias eternas frente a la historia de una vez del sol, las eternas historias de estas tierras paridoras de bufones y cotorras,     La isla en peso de Virgilio Piñera

 Centro Cultural Bertol Brecht, a teatro lleno,  Muertecita de miedo suena allá en lo remoto. ¿Dónde lo escuché?
La sala  dividida en butacas y sillas, a diez pesos. La pantalla blanca acompaña una cortina del mismo color y la música salsa presagia un espectáculo “popular”. Cuando los hermanos siameses toman la voz de Ernesto González,    el vocabulario astilla mis recuerdos eran otras las obras que allí presencié. Todos ríen, la grosería es gratis: “tengo que quitarme a mi hermano del lado porque mi hermano es gay. Tenemos el mismo c….”
Después se despoja de los siameses y se disfraza como Luis Carbonell. El declamador cubano tiene una honrosa imitación, solo que el poema se encabrita, se contextualiza en esta Habana paridora de bufones, la negra Tomasa ahora es la negra Blancanieves y sale a jinetear.
Cuando Carmen Yolanda  viste al actor, el público se acelera.  Los de mi lado se desordenan cuando ríen...como peleles alzan los brazos, patean la silla en mueca  colectiva. Me uno a la risotá. Descuidada  Carmen Yolanda, desgreñada y muy vulgar, pertenece a la Unión de Baños Públicos de Cuba, no limpia, pero agarra el teléfono de esa oficina y llama a “Miami”. Su hermana le ha enviado regalitos desde “allá”. “Aquí hay manzanas, lo que valen lo mismo que un DVD”, conversa Carmen Yolanda y pide ayuda, pero  no se le da. Pide un tratamiento para hemorroides, una operación, un médico allá. Hace chistes anticuados, pero resultan.
Detrás de la cortina blanca se queda la empleada y asoma el Teniente Gatillo Loco, es apoteósico.  Levanta un dedo, va pegado a su buró, a sus dogmas como Jefe de Custodio del Zoológico de 26. Y allá en la pantalla blanca se dejan ver los eternos venados. La música del Rey León enmascara las carcajadas y los murmullos: Es Raúl. Es él...
Levanta un dedo, Gatillo loco en ese silencio del monólogo dirige un dedo acusador: "Ríete, que la jaula está allá atrás”.
Cuando habla, las medidas tomadas por el gobierno cubano, son imágenes metafóricas: "Ya las jicoteas podrán vender libremente su carapacho. Alquilar libremente, su carapacho. Podrán tatuarse, en su carapacho Rent Room o Alquilo mi casa”.
El personaje dispara y da: “El cocodrilo quiere visitar a un primo caimán en la Florida, ya no tiene que salir ilegalmente. Pasar ilegalmente por ese “fanguero enemigo”. Se adelantó el Aquelarre y la risa  mueve con escobas la vivencia colectiva. Gatillo acentúa el tono, marca el ritmo cuando se refiere a las ilegalidades: “Que si al pavo le arrancaron una pluma del c… lo sabremos…”. Así en retahíla en ese tenor del ojo omnipresente del poder. Un ojo que la gente se inventa quizás clavado en la puerta, en el teléfono o en su maleta.  Ojos y oídos de quien se cree pavo, centro del mundo.
Cuando Gatillo desaparece el espectáculo está en su punto climático y llega un ventrílocuo, digno de cualquier cine de barrio.  Inútil. Más vulgar.
Jacqueline la Pandemia es el último personaje y recuerdo. Acá la hemos visto en un video casi viral. Algunos pensaron que era un travesti, común, en cualquier rincón de la Habana, pero con Jacqueline, el actor Ernesto González se mueve con fluidez, desaloja los músculos de su cintura, recorre la sala, femenino y cuenta de sus amores internacionales: el árabe, el italiano, el indio,  y el esquimal. Es una tragicomedia la Jacqueline. El novio español fue lo peor, porque quería poner en la Habana algo parecido a los toros de Pamplona y soltar un toro en la calle, niña, ¿tú sabes la cantidad de tiempo que nadie ve un bistec?
Y la crítica agita el mejunje en la olla de brujas, el suero de moringa, las monjas emergentes, en la canal.  Para esta hora río con todos, olvido que trabajos como este vi hace años, en lugares de Centro Habana. Espacios alternativos comprendían  límites entre lo artístico y lo popular. Tampoco vi bozales, ni policías. Al final Ernesto González, el Fonomímico sale sin peluca, entaconado, a despedirse. Fugaz, apenas un segundo para levantar el brazo en adiós por hoy. Este hombre llenó el teatro y se plantó. Un monólogo bien ejecutado, lleno de vulgaridades y simplezas. Un eco del Aquelarre.  Frases que nos ilustran en la despedida... Interrogante disparada por Gatillo, en la que nadie reparó:
“¿Con qué aplauden partía ‘e carneros?
La gente sigue riendo, calle arriba, calle abajo.  De vuelta,  leo a quienes agitan la maraca: ¡el cólera se soltó!¡el cólera en la Habana está!. Parlotean desde otras geografías y veo que los bufones se han inventado teatros en el extranjero. Añorando la carcajada hacen muecas desde sus butacas, toman distancia en la fila del circo y más risa me da.

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