03 abril, 2014

Salvador Elizondo


Salvador Elizondo ha sido un descubrimiento para mí, siguiendo los pasos de José de la Colina he topado con el Escritor. Todos los homenajes van cuando el genio poético se ha quedado como referencia, cuando la vejez de un Centenario intenta espantar a las polillas y al frente del coro, un fantasma dice:

La luz hace del muro indiferente
un espectral teatro de reflejos.

En el centro de un ojo me descubro;
no me mira, me miro en su mirada.

Se disipa el instante. Sin moverme,
yo me quedo y me voy: soy una pausa.  
Octavio Paz

 Elena Poniatoswka entrevistó a Salvador.

-México es para mí el país mejor del mundo
-Y, ¿tú estás orgulloso de ser mexicano?
-Sí, lo estoy. México, que antes me parecía horrible, es ahora para mí el país mejor del mundo. ¿Por qué? Porque descubrí a los indios. Mira: los franceses, los ingleses, los alemanes, comparados con los indios, no saben nada. Los intelectuales europeos son esencialmente necios. ¿Por qué? Porque no veían el Sol.
-¿Camus no lo veía?
-Ese era un africano, cosa que no hay que olvidar nunca. Me gusta mucho. Pero me gusta más Valéry. Valéry y Nietzsche. (Me mira, tras sus anteojos redondos). ¿Sabes?, lo malo de las entrevistas es que nunca transcriben el tono en que uno dice las cosas. Por ejemplo, una cosa muy significativa en México y que nadie dice, es que los escritores tenemos hambre, aunque queremos esconderlo. De acuerdo con las tablas de la nutrición, los escritores estamos al borde de la anemia perniciosa. (Salvador se pone a caminar un poco encorvado para demostrármelo. Y de nuevo se asoma a la ventana frente a la cual bailan los árboles impulsados por el torbellino.) ''¿Qué no oyes a alguien gritar mi nombre, Salvador?”

Salvados por la lectura, devoramos tropos, cuartillas que no sacian. Los lectores tenemos a los escritores para la dieta. La confabulación de los libros, personajes, escritores, poetas clamando allá en donde no hay aparato, ni platillo, ni beso alguno más excitante.
He conocido a Salvador Elizondo, tardíamente, siento culpa. Ahora sé de un descanso interrumpido de los muertos. No hay escritor en paz, nosotros los lectores siempre los invocamos, nadie ha dicho que es cierta nuestra soledad: ¡Salvador!

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