19 abril, 2012
18 abril, 2012
Noventa
El abuelo cumplió 90 años, sin
ella. Entonces, no quiso comida familiar, ni jolgorio. Pidió hacer una visita.
Durante más de setenta años ha vivido a 35 kilómetros de Ciudad de la Habana,
pero su sembradío en el patio y los años antes del retiro, le abrazaban a unos metros de tierra.
Abuelo me dictó su biografía
hace más de doce años. Y supe de su vida natural, de piso herbolario y caminos
sin luz. De buen caballo y guitarra cantora. Mi abuelo vio a los alzados y su
familia les dio comida y techo alguna vez, mientras ellos pasaban él siguió
tirando semillas. Cuando dejó su provincia y se mudó a la Habana, Celia Sánchez
les dio una casita que había pertenecido a los choferes de una familia
adinerada y él la fue ampliando hasta hoy.
He visto a mi abuelo amarrándose
un arado a la cintura y abrir surcos con ochenta años. Lo he visto durmiendo
sus siestas de toda la vida y es como un niño pequeño, engurruñado. Su origen
español no le interesa y ni movió resortes cuando la Ley de Memoria Histórica:
Por allá hay trillitos con los asturianos, pero yo soy cubano, dice y se le
pierde el azul de sus ojos.
Hace tres años llegó un policía
oriental y construyó un cuarto con techo en el patio de mis abuelos. La delegada
me dio un permiso, dijo. Mi abuela le brindaba extensiones para su electricidad
y le sonreía la gracia de su tonito. Pero mi abuelo lo anticipó y hoy el
oriental ha tirado una cerca a raz de la puerta de mis viejitos, el patio se ha
reducido a cinco árboles de plátano y un mango, mientras el advenedizo ha
construido tres cuartos, una cocina y abrió una canal de mierda y orines hacia
la calle. Pocos le sonríen, pero ahí está.
Abuelo toma café en las
mañanas, se abre al día. Siembra frijol, lo carga en hombros y lo extiende en
el techo. Allá arriba es mi héroe. Para que quepa el frijol, tira el plátano… vuelve
a sembrar. Hay raíces ahogando el paso cuando la semilla abre los brazos y
acaricia. El abuelo sabe hablarle a la tierra y le hunde los dedos como quien
busca en sus costillas a la mujer.
Cumplió noventa años y no se
queja. Conversa con mi abuela en sueños y le da gracias a Dios porque lleva
dentro al Espíritu que otros creen afuera, arriba, en no sé dónde. Me escribe cartas largas, con ortografía
perfecta y trazo seguro. Cuando llegan, leo como en un paseo. Porque leer a
abuelo es andar por mí, por la zanja de mi infancia.
El abuelo cumplió 90 años, sin
ella. Entonces, no quiso comida familiar, ni jolgorio. Pidió visitar el Museo
de la Revolución y caminó sin fatiga, ni quejas. El abuelo revisa el esqueleto
de su juventud, no se embiste con la reuma. Mientras ausencia y carencias abren
estrías, el abuelo es como una ceiba que a voluntad diseña su sombra.
16 abril, 2012
Fue un lunes
"es un cetro de honor mi tierna soledad acrisolada". Enrique Aranda Ochoa
http://www.pisitoenmadrid.com/fotolog/index.php?showimage=312
http://www.pisitoenmadrid.com/fotolog/index.php?showimage=312
El sonido trepidó sobre la mesa. Junto al café de tres días y la nota, el despertador golpeado alucinóse hombre.
Estiró las piernas y el minutero atravesó el vidrio como un sable. Abrió la nota, pero los bultos minúsculos abrazaban los renglones. Contorsionistas las consonantes. Temblorosas las vocales, no se dejaban leer.
Un diapasón en el goterío le recordó que tendría que ir a trabajar. Mojarse. Quedar parado en la caseta, ocho inútiles horas. Sin pasión. Se puso una camisa y ocultó las cinco ruedas dentadas de su corazón.
En el baño, la mueca de su rostro espejeante trajo noticias de pervivencias. Sería un día idéntico para tejer olvidos. Ajustó el horario y orinó.
Orinó, errando adrede, hasta que se mojó los pies. Salió a la calle, sin lavarse los dientes. Cerró la puerta de un tirón. Cuando la primera gota le escupió la frente sintió el día, cayendo en gorgoteo. El día... anticipando el ejercicio monocorde de la soledad.