28 noviembre, 2012

Mis padres tienen un restaurante...


Los imbéciles no sufren. ¿A usted no le gustaría ser imbécil?
Fernando Fernán Gómez

 Héctor era maestro de música en un conservatorio de provincia. Con carro y con casa, tenía la vida casi resuelta, pero su esposa consiguió un contrato en México y arrastró con él.  Al cabo de dos meses sin trabajar, los gastos crecieron con la renta, los traslados y el dinero que necesitaban enviar a sus dos hijas en Cuba, fue cada vez más. "Dicen las niñas que aquello está malísimo". Y abandonó el sueño de integrarse, aquí,  a alguna escuelita o  grupo musical.  Cada madrugada, ayuda a levantar el andamiaje de un puesto en el tianguis. Vende ropa de paca,  con un colombiano  y han mejorado sus ingresos. “Extraño las clases de percusión”,  suspira de vez en cuando. Es un puesto ajeno a la legalidad, como tantos, pero la economía familiar está mejor.
 Las hijas en Cuba, graduadas de la universidad, no trabajan. Ahora gozan de la casa que les dejaron los padres, por un tiempo. Cambian de novios, visten bien y comen poco, para estar en la línea. La casa siempre está llena de gente porque No hay más pantalla Plasma Panasonic TC- P50ST50X que la nuestra por estos lados. Mis padres tienen un restaurante en México, aseguran y muestran la foto del día que mami y papi cumplieron un aniversario y se fueron al Vips.
 Héctor y su esposa le pagan 400 pesos mexicanos al Ministerio de Cultura y tienen derecho a regresar, cada año, para los trámites de la prórroga y los permisos.
Ahora no están seguros si eso cambiará. ¿Y cuándo traes a tus hijas?, le pregunto. Sentado en una banca plástica, fuma tranquilo y mira a la perpetuidad: No quieren, me contesta,  están mejor allá.
Está preocupado:  A México ya no podrán entrar más semillas, ni plantas, ni frutas, por la aduana. Me mira ajeno a una desafiante realidad. Las ropas se levantan de la estera y danzan al compás de un lejano okónkolo.  Tengo que darle de comer a los santos, ¿me entiendes? Tengo que traerme un ñame... la suerte se me puede virar.

22 noviembre, 2012

Miau

... después de diez años
Días que marcan el ritmo. Palabras con silenciador y una mano hirviendo sobre tu máscara se levanta  haciendo girar la mañana. Se arrastra como gato sobre las baldosas de mi entrada. Soy una mujer que baila con tus pantalones o soy un  túnel colgando de tus labios. El día es un acorde. Al mediodía recorro los pasillos y lanzo un abanico de fotos por las ventanas. En la tarde un coro de vecinos clava pupilas en el tronco de nuestro árbol ciego y yo maullo entre dientes, porque me dices que soy un camino, nada de túnel sin destino. Soy un camino y tienes los pies con ganas.

18 noviembre, 2012

La ladrona de libros


"Gente como ésta existió de verdad", asegura Zusak, a quien han acompañado "desde niño" las "increíbles" historias de sus padres, que vivieron su infancia en la Alemania de la Segunda Guerra Mundial y que han inspirado en parte los personajes del libro. Agencia EFE
La muerte le habla al lector, le mira a los ojos y sin miramientos le dice: Cuando llegue el momento te encontraré tumbado (pocas veces encuentro a la gente de pie) y tendrás el cuerpo rígido. Esto tal vez te sorprenda: un grito dejará su rastro en el aire. Después, solo oiré mi propia respiración, y el olor, y mis pasos.
En La ladrona de libros, novela del australiano Markus Zusak, la muerte habla de frente y uno llega a encariñarse con quien se dice no es violenta, ni perversa, ni fanfarrona. Y una muerte que no se presume de serlo, nos lleva de la mano por la historia de Liesel Meminger,  porque esta niña vive  la orfandad y el pedazo de vida de pocos alemanes que no seguían como corderos a Hitler. Y la vemos crecer.  Camilo José Cela apuntaba: “sin memoria, la historia sería como un pájaro ciego volando dentro de una habitación”.
El tema parece inalcanzable, es vasto el territorio del dolor, pero Liesel se salva, se levanta a través de las palabras. Roba libros para sobrevivir, va descubriendo el universo de las oraciones: “He odiado las palabras y las he amado y espero haber estado a su altura”.
Desde El diario de Ana Frank no leía algo tan conmovedor, pero a diferencia de un libro testimonial, en La ladrona de libros prevalece el guiño, el humor, la vida y la muerte como un todo entrelazado en lo cotidiano. El autor da pequeños adelantos en cada capítulo, nos incita a querer leer cada travesura  en la vida de Liesel, vida que se cruza con la muerte casi a diario. Muerte que no queda callada y se acepta: “A veces me mata ver cómo muere la gente”.
ES La ladrona de libros un entrenamiento. Hay que hacer fisiculturismo con la sensibilidad, con la memoria. En el pulso de tu brazo coloca este libro. Sopesa imágenes como esta: Incluso las arrugas de los ojos tenían las manos entrelazadas.  Y sé cómplice de la lectura en el sótano, para acallar los miedos durante los bombardeos. Observa al judío mientras escribe e ilustra El árbol de las palabras. Pero sobre todo, si no lo quieres leer regala un trozo de vida a otros, porque este libro es un suspiro alentador, nunca la muerte se vistió tan hermosa de palabras:
Lo cierto es que durante los años que duró la hegemonía de Hitler, nadie logró servir al Führer con mayor lealtad que yo. El corazón de los humanos no es como el mío. El de los humanos es una línea, mientras que el mío es un círculo y poseo la infinita habilidad de estar en el lugar apropiado en el momento oportuno. La consecuencia es que siempre encuentro humanos en su mejor y en su peor momento. Veo su fealdad y su belleza y me pregunto cómo ambas pueden ser lo mismo. Sin embargo, tienen algo que les envidio: al menos los humanos tienen el buen juicio de morir.
 

15 noviembre, 2012

No leer, no


La maestra les entregó el libro y la hoja de lectura. "Tienen que leer durante diez minutos. No olviden la firma de un adulto". La niña respiró el desagrado colectivo, los bufidos entre los pupitres allá, al final del salón. Cuando llegó a su casa, levantó al libro sobre las tareas.  Iba atascado de palabras, con ilustraciones mustias colgando aquí y allá. Murmuró:
- Quizás, si la maestra nos hubiera ofrecido a cambio dieces o un Wii; pero leer cada semana, obligados, por ¡tres estrellas!
Escribió cualquier cosa y su madre, sin tropezarse en los detalles, le firmó.

12 noviembre, 2012

De madres


La madre terminó de leer, a regañadientes. ¡Otro! ¡Otro cuento más! Suplicaban los niños huyendo del sueño. La orden de a dormir arañó las sábanas y el tono alborotó a las pesadillas. Bajan las pestañas, se cubren los niños hasta las orejas. Quedan... ¡Calladitos! Cuando se apaga la luz, el cansancio de mamá le arranca la máscara y ellos no quieren ver, en la sombra, el perfil de la bruja.
Imagen extraida de internet.

06 noviembre, 2012

Ella


Tenía un pedazo de jardín en la ventana. Podía escribir si avistaba una flor, pero en otoño cuando el reguero de hojas tapizaba aquel espacio otrora verde,  ella se secaba también. Quedaba sin palabras, a la espera,  con la piel arrugadita tendida en el alféizar.

04 noviembre, 2012

Simuladores


De niño ya simulabas ser otro.
Tú no podías ser tú. Poema Reversibilidad de Virgilio Piñera
Me repugna leer “susurraban palabras en su oído” tanto como me hastía leer condiciones exageradas, manipulaciones burdas con apoyo del lenguaje. Golpes descritos, empujones del “alma” gente que lagrimea a la espera de la conmiseración internacional. Asqueroso es creerse poeta y apesta más quien gana dinero de maquillar las condiciones de un país.  Me tomo un “breve descanso muy cansado” mar por medio de ambas orillas. Recuerdo aquel tipo que se fue con nuestro dinero, aquel nombre a la cabeza de RAC (Representaciones Artísticas del Caribe A:C) y por quien me quedé dos años en México, declarada disidente. Recuerdo al personaje que dijo limpiaría con su lengua el busto de José Martí en el Consulado, si era necesario y usó la lengua sí, pero para los mismos fines que otros escriben desde lejos.  Conozco médicos excepcionales (como el cardiólogo de mi papá) que vienen, trabajan por convenios, regresan allá.  Con las limitaciones inimaginables, con poco dinero, con mucha bicicleta por pedalear. Cada quien busca su pedestal. Recordaba el otro día, un suegro que tuve en Cuba, fue secretario del MININT, un hombre de pocas palabras, recio, oriental. Cuidaba en las noches un laboratorio farmacéutico, sólo lo vi emocionado cuando se hablaba de la Revolución. Ninguno de sus hijos compartía su ideología, pero los tres trabajan en Cuba hoy. Embisten las huellas propias y el destino. Enfermó este hombre y le practicaron una colostomía, me quedé con él en el hospital. Aquella bolsa de heces se empezó a desbordar y no teníamos agua en las pilas, ni una gota, ni papel. Con las manos atascadas y un poquito del líquido que guardábamos para beber, me lavé las manos y lo abracé muda, en un intento por resarcir su dignidad. Esto fue en el año 1998 y no lo puedo olvidar. Hay mucha lacra que puede ahora volver a Cuba, poner su negocio, comprarse todo para presumir allá. Yo dudo del ánimo cambiante, del credo colgando de la chiringa. Respeto los bamboleos de la quilla, pero desconfío del mascarón de proa. Para mí valen más los que trabajan; los que no manipulan, aquellos dentro o fuera que saben dónde está su lugar.
 

 

02 noviembre, 2012

Justicia


No sé qué es una familia, dijo. En uno de los cuatro muros,  aprovechó las grietas para construirse una mujer. La suegra resultó fácil dibujarla entre las manchas del moho. Suegro no habría, ni cuñadas. A la hora de inventarse los hijos vino la agonía, por lo estéril de los ladrillos, por lo frío del suelo, por la soledad.  Al llegar la primavera y justo una semana antes de cumplirse su condena, el preso vio levantarse en el alféizar una ramita endeble: Hija, aquí estoy yo.

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