03 junio, 2013

Nelumbo quejumbroso

A dos años de mi graduación comencé a trabajar como investigadora literaria en el Centro de Estudios Hispánicos José María Chacón y Calvo. De aquellos años escribiré algún día, importante fue dedicarme al estudio de la vida y obra de Luisa Pérez de Zambrana.
Chacón y Calvo apasionado, había escrito sobre ella. Le interesó aquella poetisa santiaguera que empezó temprano con una voz muy personal. Nace en Santiago de Cuba y luego en su poesía vibra el eco bucólico de los alrededores del Cobre.
  (...)No amigo mío;
pinta un árbol más bien, hojoso y fresco
en vez de pedestal, y a mí a su sombra
sentada con un libro entre las manos
y la frente inclinada suavemente.
Ella nació quizás por el 1835 porque su acta nunca apareció. Visité el Cobre, por ella. Adoré el papel que tocaba, como con alas de mariposa, papel de periódicos y revistas donde publicó. Visité las ruinas de la casa donde vivió la mayor parte de su agonía, en el municipio de Regla. Olfatée el aroma indescriptible del Cementerio de Colón donde ella descansa. Y adquirí una tristeza natural que aún me evoca desazón cuando recuerdo.
Luisa se convierte en la más insigne elegíaca de nuestra lírica, como la destaca Enrique José Varona. Se refugia en su fe católica para salvaguardarse de la muerte de su esposo y despuès de sus cinco hijos.
Chacón caracteriza la poética de Luisa, consagrada a la serenidad de espíritu, a la religiosidad. ¿Cómo podía ella levantar los ojos si no de aquellos sepulcros?
La noche del 22 de marzo de 1917 se le tributa a Luisa Pérez de Zambrana un homenaje en el Ateneo de la Habana, Chacón lee una semblanza que se identifica con la alabanza martiana. La frase: "Se hacen versos de la grandeza; pero sólo del sentimiento se hace poesía", la escribe Martí al establecer un paralelo entre la muy reconocida Gertrudis Gómez de Avellaneda y nuestra Luisa. Cae el alma reverente ante el sosiego, la conformidad, la fe en la elegíaca octogenaria.
Tuve miedo de ella. Joven yo, no comprendía la magnitud espiritual y purificadora del dolor. No obstante, llevé su foto conmigo como quien carga una reliquia familiar y un día, años después, frente a las ruinas de lo que fue aquel centro de investigación, teniendo a mis espaldas la iglesia magnífica de Santa María del Rosario le pedí perdón. Le confesé mi debilidad y ambiciones, le dije que uno no abandona a alguien como ella, aunque se cierren las investigaciones y se dilapiden los recursos, le di las gracias por haberme fortalecido las alas. Por haberme lavado el espíritu le di gracias y le dije que no podía más con tanto pesar, con el eco insondable de su dolor, que ya éramos una para siempre.
Y pasé a un costado de la iglesia sin mirar atrás. En aquellos cascajos ahogaron varios estudios convertidos, finalmente, en fuegos fatuos. En aquel techo, casi flotando sobre el piso de elegantes baldosas, clavé mis ojos muchas veces porque no estaba lista para el àcido de los ególatras. Ni para la competencia desleal. Ni para el estigma de la juventud. Aunque nada pudo frenar mi desarrollo, la compañía de la poetisa fue vital para mantenerme en pie.  Allí fui parte de un sueño guajiro y cómplice de muchas pesadillas.
Creí haber dejado atrás aquella carga de siglos, pero ha regresado con este junio la virgen de los Dolores y yo no soy católica, pero Luisa le era muy devota y revive en mí, con un acontecimiento que ahora no nombro.
Hay un sino trágico, como una estela..."nelumbo quejumbroso: delicadísimo nelumbo"

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