Imagen: http://vocesdelasdosorillas.blogspot.com/2011/04/miguel-delibes-una-obra-generosa-y.html
Despreciados, los pobres, se
sienten honrados cuando los necesitan. Su razón de ser está en servir:
“A mandar don Pedro, para
eso estamos”.
Cuando Azarías, el tarado, el
que se orina las manos y se entiende con los pájaros es despedido, el párrafo
escrito desde la obediencia, el temor de su cuñado, parece revolvernos la
conciencia, es como un grito callado:
Y Paco, El Bajo, los ojos en
las puntas de sus botas, continuaba girando la gorra entre las manos, así,
sobre la parte, y, al fin, juntó valor y, razón, bien mirado, no le falta,
señorito, pero…
El libro dividido en cinco
partes, como capítulos y el autor los llama libros, pero en realidad son
extensos párrafos, separados por comas que exigen una lectura activa y muy
rítmica. Con este devenir de las palabras nos describe las diferentes clases
sociales en la Extremadura de 1960, los campesinos humillados y olvidados en
sus obligaciones, en sus dolores, indefensos y serviles. Ellos colindan con personajes
como Pedro el Perito, que no tiene dominio sobre su mujer, cornudo y con cierto
poder sobre la familia más desfavorecida, decide romper con las esperanzas de superación
de quienes vienen de abajo. Iván, el señorito de provincia, despiadado,
grosero, víctima de sus propias obsesiones por la caza. La marquesa que estira
la nariz y reparte monedas como limosna piadosa. El Obispo aparta la mano, porque le han besado el anillo.
Tan cerca de Dios, tan lejos de los hombres. Mirian, la joven provinciana que
se escandaliza por la pobreza pero no hace nada por cambiarlo.
El campo con su flora y fauna
luminosas, pero los que más cerca están de su belleza, más lidian con el trabajo,
la humillación y lo escatológico:
De tal forma que, al cabo de
unas semanas, las flores de los arriates emergían de unos cónicos montículos de
escíbalos, negros como pequeños volcanes…
Y cada lunes y cada martes,
aparecía en el Cortijo un nuevo evacuatorio…
Y es que en el afán de
Azarías, el laborioso, el no poder hacer nada le inquietaba. Suelto como un
animal de arado, sigue un surco de costumbres. Había que trabajar, como todos
los de su familia aunque fuera acarreando cagarrutas con las manos y asfixiando
las plantas de puro afán. El más incapacitado de la mente, tiene fuerza en el
cuerpo para escalar árboles, para correr al cárabo y ternura para mecer en sus
brazos a la Niña Chica, enferma, minúscula, a quien todos ocupa en que esté
limpia pero hiela la sangre con alaridos ajenos a lo humano.
Régula, la hermana de Azarías
abre y cierra el portón. Acepta a su hermano, aunque en su pequeña habitación
ya no quepa un alma y sus hijos tendrán comportamientos distintos como es el
campo mismo, donde el mismo tallo nunca da la misma flor.
Los acontecimientos en la novela se desgajan como un cerro. Los párrafos
largos, se conciben con oraciones separadas por comas conquistando así un
ambiente de aceleración y emocionalmente activo. Cuando Pedro el Perito da sus
órdenes: de amanecida soltarás los pavos y rascarás los aseladeros, que si no no
hay Dios que aguante con este olor, qué peste, y ua te sabes que la señora es
buena pero lo gustan las cosas en su sitio,
Y la Régula, , a
mandar, don Pedro, para eso estamos…
Hay también repeticiones como
esa frase que marcan a la Régula, una mujer vencida, sin voluntad porque su
razón de ser está en cumplir con la multitud de servicios que le piden. En
palabras de Azarías, hay también un estribillo, donde vuelca sus afectos, su bondad,
unas palabras con las que muestra su cariño: Milana bonita, lo mismo
cuando acaricia un pájaro o cuando toca el entrecejo de la Niña Chica, tan
desvalida como él, el anormal. El loco,
con cerebro atarantado, el que no sabe contar las mazorcas, pero sabe ejercer la compasión.
El poderoso es hipócrita, despiadado. “…las ideas de esta gente, se
obstinan en que se les trate como a personas y eso no puede ser, vosotros lo
estáis viendo”. Y con esta frase define Delibes la realidad de un
contexto rural en el que la ausencia de misericordia frena
inteligencias y aplasta sensibilidades.
No sólo el cuadro nítido de
la realidad de explotación y marginación en la que se vive en ese ambiente,
también Delibes concibe poesía en lo que cuenta: voz brumosa, amarillas pupilas implorantes, con su sucio dedo corazón, cuando describe a Azarías. Vuelo
corto, blando y primerizo resume el aleteo de la grajeta. O contundente
cuando nos habla de una alucinación:
El Ireneo, de noche en
blanco y negro, como enmarcado en un escapulario, y de día, si se tendría entre
la torvisca, policromado, grande y todopoderoso, sobre el fondo azul del cielo…
Es magnífica visión la que
garantiza Los santos inocentes, la herida está expuesta. ¿Quién le cree a los
poderosos? cuando aseguran:
Lo creas o no, René, desde
hace años en este país se está haciendo todo lo humanamente posible para
redimir a esta gente
Duele leer la ignorancia y las condiciones
inverosímiles que rodean a la familia de Régula, la azorada servidumbre de Paco
el Bajo, que sigue rastros en cuatro patas y en varias ocasiones se vanagloria
porque comparan su habilidad con la de un perro y en su pobreza la solidaridad
con el Azarías, eje de la novela, los cuidados para con sus hijos, la entrega a
la tierra. Duele respirar ese microcosmos escrito por Delibes y sentirlo aún,
en cada entorno rural donde hoy, la gente todavía sufre.
La triste realidad de todos
los Azarías ha sido inmortalizada y bien dijo en entrevista el autor:
Es decir que a mí, cuando no
me dejan hablar en los periódicos hablo en las novelas…
Miguel Delibes ha dicho bien,
con poesía, con verdad. Ponle grito en tu voz:
Milana, milana bonita…
2 ¿Qué me cuentas?:
Excelente novela
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