06 agosto, 2019

Los santos inocentes: el campo duele...


Imagen: http://vocesdelasdosorillas.blogspot.com/2011/04/miguel-delibes-una-obra-generosa-y.html

 Leer la novela rural de Miguel Delibes, Los santos inocentes   garantiza reconocer al autor, como representante del Realismo Social. Aunque su novela que marca el inicio de este movimiento es El camino, Los santos inocentes resulta un exponente particular porque en ese transcurrir de los acontecimientos narrados, la novela se convierte en un cuadro de la realidad: la vida sumisa de los oprimidos, la desesperanza, el contexto injusto y malsano del latifundio, en el cortijo el campo duele.
 ¿Cómo logró el escritor un cuadro social tan nítido y poético a la vez? “Yo entiendo que novelar o fabular es narrar una anécdota, contar una historia”, decía y cuando se lee la novela todo parece fundamentada en una noticia que pudo ser, un crimen. El microcosmos rural gana una trascendencia universal porque esos campesinos que sirven, consagrados a las familias pudientes del cortijo son las que llevan en sus hombros la novela. Se aprecia el apego a la fuerza natural de la oralidad. En la reiteración, los estribillos, los arranques de oraciones que describen en voz de los personajes.
Despreciados, los pobres, se sienten honrados cuando los necesitan. Su razón de ser está en servir:
“A mandar don Pedro, para eso estamos”.
Cuando Azarías, el tarado, el que se orina las manos y se entiende con los pájaros es despedido, el párrafo escrito desde la obediencia, el temor de su cuñado, parece revolvernos la conciencia, es como un grito callado:
Y Paco, El Bajo, los ojos en las puntas de sus botas, continuaba girando la gorra entre las manos, así, sobre la parte, y, al fin, juntó valor y, razón, bien mirado, no le falta, señorito, pero…
El libro dividido en cinco partes, como capítulos y el autor los llama libros, pero en realidad son extensos párrafos, separados por comas que exigen una lectura activa y muy rítmica. Con este devenir de las palabras nos describe las diferentes clases sociales en la Extremadura de 1960, los campesinos humillados y olvidados en sus obligaciones, en sus dolores, indefensos y serviles. Ellos colindan con personajes como Pedro el Perito, que no tiene dominio sobre su mujer, cornudo y con cierto poder sobre la familia más desfavorecida,  decide romper con las esperanzas de superación de quienes vienen de abajo. Iván, el señorito de provincia, despiadado, grosero, víctima de sus propias obsesiones por la caza. La marquesa que estira la nariz y reparte monedas como limosna piadosa. El Obispo  aparta la mano, porque le han besado el anillo. Tan cerca de Dios, tan lejos de los hombres. Mirian, la joven provinciana que se escandaliza por la pobreza pero no hace nada por cambiarlo.
El campo con su flora y fauna luminosas, pero los que más cerca están de su belleza, más lidian con el trabajo, la humillación y lo escatológico:
De tal forma que, al cabo de unas semanas, las flores de los arriates emergían de unos cónicos montículos de escíbalos, negros como pequeños volcanes…
Y cada lunes y cada martes, aparecía en el Cortijo un nuevo evacuatorio…
Y es que en el afán de Azarías, el laborioso, el no poder hacer nada le inquietaba. Suelto como un animal de arado, sigue un surco de costumbres. Había que trabajar, como todos los de su familia aunque fuera acarreando cagarrutas con las manos y asfixiando las plantas de puro afán. El más incapacitado de la mente, tiene fuerza en el cuerpo para escalar árboles, para correr al cárabo y ternura para mecer en sus brazos a la Niña Chica, enferma, minúscula, a quien todos ocupa en que esté limpia pero hiela la sangre con alaridos ajenos a lo humano.
Régula, la hermana de Azarías abre y cierra el portón. Acepta a su hermano, aunque en su pequeña habitación ya no quepa un alma y sus hijos tendrán comportamientos distintos como es el campo mismo, donde el mismo tallo nunca da la misma flor.
       Los acontecimientos en la novela se desgajan como un cerro. Los párrafos largos, se conciben con oraciones separadas por comas conquistando así un ambiente de aceleración y emocionalmente activo. Cuando Pedro el Perito da sus órdenes: de amanecida soltarás los pavos y rascarás los aseladeros, que si no no hay Dios que aguante con este olor, qué peste, y ua te sabes que la señora es buena pero lo gustan las cosas en su sitio,
Y la Régula, , a mandar, don Pedro, para eso estamos…
Hay también repeticiones como esa frase que marcan a la Régula, una mujer vencida, sin voluntad porque su razón de ser está en cumplir con la multitud de servicios que le piden. En palabras de Azarías, hay también un estribillo, donde vuelca sus afectos, su bondad, unas palabras con las que muestra su cariño: Milana bonita, lo mismo cuando acaricia un pájaro o cuando toca el entrecejo de la Niña Chica, tan desvalida como él, el anormal.  El loco, con cerebro atarantado, el que no sabe contar las mazorcas, pero sabe ejercer la compasión.

El poderoso es hipócrita,  despiadado. “…las ideas de esta gente, se obstinan en que se les trate como a personas y eso no puede ser, vosotros lo estáis viendo”. Y con esta frase define Delibes la realidad de un contexto rural en el que la ausencia de misericordia frena inteligencias y aplasta sensibilidades.
No sólo el cuadro nítido de la realidad de explotación y marginación en la que se vive en ese ambiente, también Delibes concibe poesía en lo que cuenta: voz brumosa, amarillas pupilas implorantes, con su sucio dedo corazón, cuando describe a Azarías.  Vuelo corto, blando y primerizo resume el aleteo de la grajeta. O contundente cuando nos habla de una alucinación:
El Ireneo, de noche en blanco y negro, como enmarcado en un escapulario, y de día, si se tendría entre la torvisca, policromado, grande y todopoderoso, sobre el fondo azul del cielo…
Es magnífica visión la que garantiza Los santos inocentes, la herida está expuesta. ¿Quién le cree a los poderosos? cuando aseguran:
Lo creas o no, René, desde hace años en este país se está haciendo todo lo humanamente posible para redimir a esta gente
 Duele leer la ignorancia y las condiciones inverosímiles que rodean a la familia de Régula, la azorada servidumbre de Paco el Bajo, que sigue rastros en cuatro patas y en varias ocasiones se vanagloria porque comparan su habilidad con la de un perro y en su pobreza la solidaridad con el Azarías, eje de la novela, los cuidados para con sus hijos, la entrega a la tierra. Duele respirar ese microcosmos escrito por Delibes y sentirlo aún, en cada entorno rural donde hoy, la gente todavía sufre.
La triste realidad de todos los Azarías ha sido inmortalizada y bien dijo en entrevista el autor:
Es decir que a mí, cuando no me dejan hablar en los periódicos hablo en las novelas…
Miguel Delibes ha dicho bien, con poesía, con verdad. Ponle grito en tu voz:  Milana, milana bonita…


2 ¿Qué me cuentas?:

Lily dijo...

Excelente novela

galahibe dijo...

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