“Esto se construye fuera de este
libro; quiero que se construya así, en silencio”.
No es un libro de voces acalladas,
sin embargo me recuerdan una frase que leí hace muy poco: (…) he descubierto
que los destinos apestosos, resultan, además, uniformemente apestosos”. La
confluencia de varias voces artificiosas, estridentes algunas; en titubeo,
otras, conforman una novela sobre varios que intentan ser Odiseos. Daniel, “una especie de
Zaratrusta de las clases medias”, asienta una carrera como cómico “amargo” y libertino. Se divorcia y es
incapaz de recordar el rostro de su ex, ni perdona al hijo común, un suicida, a
quien llama idiota. Daniel goza del sexo y se reconquista en el vacío de cada
mujer, pero cuando el deseo lo entrampa y sus casi cincuenta lo avasallan, entonces:
“pedí unas salchichas asquerosas bañadas en una salsa grasa, que acompañé con
varias cervezas; sentía que mi estomago se hinchaba, que se llenaba de mierda,
y se me pasó por la cabeza la idea de acelerar el proceso de destrucción, de
convertirme en un viejo repugnante y obeso”. Y no es su único trayecto.
Los críticos escriben sobre esta
novela sin cuerda. Con sus perros al pie del escritorio, se miran en ella y
tienen miedo. Houellebecq no mueve la col, no se rinde. Sabe escribir hacia quién van dirigidas las verdaderas caricias de Daniel. Pinta soledades. Las reseñas intentan ser únicas como Fox…
Incluso Houellebecq
los confunde, en los raros oasis de la ciencia ficción, esboza clonaciones y
esperanzas; algunos respingan enojados quieren más del ácido, más pesadilla,
más de la apestosa realidad. Nuestra
vida se refleja en el silencio de islas míseras, interiores, predestinadas como Isabelle, la primera amante,
en pérdida natural de su encanto exterior: “La vida empieza a los cincuenta
años, es cierto, con la salvedad de que termina a los cuarenta”. Y la inmisericorde Esther de 23 años que va por el mundo
sin bragas, porque la vida ha de cogerse con ligereza, entre las piernas. Ella es
bellísima y habla poco, lo enrosca hasta pedir piedad. Los críticos han visto
mueca donde carcajada.
Bien asegura Daniel: “Como el
revolucionario, el humorista asume la brutalidad del mundo y le responde con
mayor brutalidad”.
La propia apatía, el ojo torvo sobre el hombro, la política, la
manipuladora publicidad, temas que rectan entre los personajes y la creación de
una secta es otra ilusión. Secta no de la luz, aquí la iluminación viene por el
deseo, las orgías, la posesión del cuerpo del otro como viniendo por ti, por el
camino de la sanación, la inmortalidad te espera en el gozo perpetuado. Daniel
mantiene el ego en su isla.
No volveré a leer ninguna novela
de este autor. Dada la imposibilidad de una isla; apenas contamos con un islote como un infierno consentido. Pueden
regresar mil Daniel sobre las huellas del primero. Es imposible reconquistar
como Odiseo, nadie puede ser él si regresa a la Nada. Nosotros ausentes de
empatía o sensibilidad respiramos como Daniel 25, con la ausencia del mar. “La
felicidad no era un horizonte posible”.
Me niego a volver sobre Houellebecq.
Los escritores como él, describen el acíbar, ríen solos y contagian. Prefiero
confiar en la posibilidad de otra isla, la metáfora de la Gran Desecación que
afecta Lanzarote no es tal; deseo colgarme de Vincent como un pendiente,
personaje con vida y propósito:
"no puedo asumir la brutalidad
del mundo, sencillamente no lo consigo”
Imagen de http://www.laverdad.es/albacete/v/20120813/cultura/poesia-viperina-michael-houellebecq-20120813.html
2 ¿Qué me cuentas?:
Leí la novela hace un par años,más o menos. Me atrae tanto como me repele. Escomo el propio autor, que en ocasiones me fascina con sus ácratas diserciones y al minuto siguiente me desconciertecon alguna salida de tono. Perola novela tiene personalidad, no cabe duda. No deja indiferente. Tu texto tampoco. Saludos.
Sin dudas demoré más con esta novela que con algunas más extensas. Hay quienes dicen que es de fácil lectura, bueno cada mundo distinto. Regresaba sobre sus páginas y la acidez sin dudas necesita de mucho músculo para lograrse manifestar en palabras, en eso es especialista. Pero lo que más me llamó la atención es que se nota cuando un escritor manipula artificios, predispone el ánimo y creo que este autor es sincero hasta la médula, nos identificamos con lo criticado y desnudado aquí como nuestro universo cotidiano. En lo personal no pienso volverlo a leer por las razones ya expuestas en la entrada, pero estaré tentada a volver a él como cuando una mueca en el espejo nos sorprende: ¿Ese soy yo?
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