Tenía
un pedazo de jardín en la ventana. En primavera escribía, sin descanso, cuando avistaba una flor. Pero en
otoño, cuando el reguero de hojas tapizaba aquel espacio otrora verde, ella, se secaba también. Quedaba sin palabras,
a la espera, con la piel arrugadita
colgando de la persiana.
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