José Emilio Pacheco
Cuando llegué a la
Central de Autobús, hablé al teléfono indicado. No entendía por qué al volver a
marcar, el mismo ritmo, idéntica pausa, voz incomprensible. Hablaba con la
contestadora una y otra vez, pero yo no lo sabía. Viví doce años, en una parte
de este país, utilicé las contestadoras, durante. Pero en charlas presenciales,
acompañada de círculos amigables casi siempre me sentí en habla con una máquina
ajena, sorda. Así me refugiaba en las bibliotecas, porque los diálogos y los monólogos
internos ocupaban muchas voces y las vírgulas aparecían en mi cabeza,
dignificando mi soledad.
Una mañana, alguien me sugirió la
lectura de Las batallas en el desierto, de José Emilio Pacheco. Arrobada,
decidí conocer las calles de México, leyendo. Repasé episodios concomitantes,
percibí algún sabor. El deseo de un joven de 15 años, los prejuicios, el
machismo, la corrupción político social, México por vivirse, seductor.
Leí sin parar y al terminar la novela
tenía los zapatos sueltos, los pies desnudos acariciando el piso, cierto
desasosiego en el estómago. Luego recomendé su lectura a muchas personas y más
tarde, cobré lo que me vino en ganas por un taller en una preparatoria privada.
Conté su cuento La Reina, se
escandalizaban las niñas bien cuando la música grupera acompasaba a la gorda y
el personaje sufría y despotricaba contra la belleza insulsa, la falsa moral.
“No hay más ley que nuestro deseo”,
afirmaba un personaje en Huracán de amor, Adelina se inquietó ante el torso
desnudo del hombre que aparecía en el dibujo. Pero nada comparable a cuando
encontró en el portafolios de su padre Corrupción en el internado para
señoritas y La Seducción de Lisette…”
José Emilio Pacheco dignifica la memoria. En las páginas de 16 Cuentos Latinoamericanos,
busco el cuento La Reina y una foto allí sembrada me trae la presencia ausencia
de mi suegro, el hombre que me enseñó las dimensiones del sosiego. Vuelven
aquellos días en Monterrey, días enteros confabulada con la investigación y la
soledad. Ha muerto el escritor.
Cuando terminé Las batallas en el
desierto tuve un presagio, pareciera que hace mil años de aquellos veinte años,
en realidad:
“Demolieron la escuela, demolieron el edificio de
Mariana, demolieron mi casa, demolieron la colonia Roma. Se acabó esa ciudad. Terminó
aquel país. No hay memoria del México de aquellos años. Y a nadie le importa:
de ese horror, quién puede tener nostalgia. Todo pasó como pasan los discos en
la sinfonola. Nunca sabré si aún vive Mariana. Si viviera tendría sesenta
años.”
Hablarse.
El
polvo o la sombra que proyectan.
Demencia
de las cosas cuando su voluntad se rebela
Y
se esconden frenéticas o se niegan a funcionar obstinadas.
Únicos
medios de rebelión a su alcance,
Únicas
formas de decirnos que no somos sus amos,
Aunque
tengamos el poder
De destruirlas y olvidarlas.
5 ¿Qué me cuentas?:
Excelente tu forma de escribir apreciada y muy respetada Belkys. Al leerte (cuando me tomo el tiempo para ello) siempre lo disfruto y aprendo...
Irreparable. Absolutamente irreparable. Besos desde la otra orilla.
Lao usted me ilumina el día. Gracias por no abandonarme y saber que yo le leo también con absoluta lealtad.
José Luis, he leído que casi ustedes no lo conocen. Lo recomiendo para tus alumnos, tus colegas. Un hombre del que hay mucho para aprender. Dijo que dentro de cien años nadie recordará su obra, pero confío en que escritores como él, sin artilugios, con alma, serán los que cautiven a los lectores del futuro. Quedarán atrás los métodos, las superficies, vendrán otras formas de leer
http://www.youtube.com/watch?v=qPYmCwx6lSM
Gracias a Café Tacuba, muchos conocieron su obra de Las Batallas en el Desierto. Besos Belkys ;)
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