Escrito a medianoche, como en delirio. Cuando eso pasa, no reviso. Quizás para esta hora, ha ocurrido un nacimiento. Lo dejo así, en realidad es como un abrazo de lejos, colectivo.
Oí, medio veía Havanastation mientras organizaba un librero. Predispuesta había decidido escucharla, no tenía nostalgia de caras, ni de barrios y no quería mirar, por si acaso. Pero, la película me atrapó con la historia de dos niños, de la Cuba de hoy. Vi a mis primos, los hijos de mis amigas de la cuadra, me vi allí.
Estudié mi primaria, con Ilsa Téllez, la hermana de Imilsis Téllez, una estrella del voleibol femenino en Cuba. Conocí los chicles por Ilsa y los compartíamos con naturalidad, saliva a saliva. Por Ilsa casi me voy a una escuela de deportes y vi los primeros tenis buenos, buenos. Los que nunca tuve, los que no envidié porque Ilsa sabía portarlo todo, con naturalidad. Visité su casita, varias veces, me sorprendían los adornos y lo pequeñita, pensaba que una mujer como su hermana debía vivir en una casa enorme y colorida. Pero no era así. Ilsa se veía diferente, pero yo no sabía por qué. Era tan niña como yo y una estudiante brillante. Hace poco salió en el periódico, cualquier cosa que haga lo hará de corazón.
Esta película me ha dejado pensando. Uno regresa allá, después de trabajar y lleno de pacotilla cambia el entorno inmediato. Algunos llevan y venden; otros, reparten. Viajar muchos lo ven como un pequeño privilegio, pocos saben de avatares y penurias, pero esa es otra historia que esta película no llega a contar. El asunto es el chiquillo con play station, el hijo del jazzista. El otro lado es el chiquillo marginal, de barrio adentro, de calle arriba y sin rampa abajo.
Uno puede elegir con la tecnología algo de avance, el nintendo, el play station, allá. Habrá alguien que te lo preste o te lo alquile. Seguro sale un amigo o un familiar que te comparte y tú vivirás queriendo procurarte esa mierda, al fin innecesaria que te entretiene o adorna, aquí o allá. Lo único que sobra en Cuba y no tengo aquí es el barrio. La Edilia de los licuados de guayaba, la Clara que me ofrecía lavarme la ropa para que yo pudiera cuidar de mis padres en el hospital. La Idalmis que despertó al marido para correr con mi niña. La Magalys doctora que despertó a Barbara, la pediatra, que dejó su migraña para curar a mi bebé. El Aníbal que fue a la URSS cuando URSS era y regresó con mejores discos para enseñarme de música clásica, el padre de una de mis mejores amigas hoy. La Ana que se ha ido quedando muda, según se fueron sus hijos en balsa, en bombo, pero sin volver más. La Lube de los tejidos, el Neno de las décimas, Inés con su eterna amistad. Al que no me pudo ver en años, porque era militar y yo viajaba ¿y eso qué? Nos vimos después de cuatro años como si el tiempo se hubiera engominado. William con su taxi, y su sonrisa de negro bueno, que hay negros que se ríen con mucho blanco de bondad.
En septiembre harán 18 años que vine a México por primera vez, desde entonces, pude cargar poquito o mucho para los míos, sin embargo, la pintura se cae, las grietas cruzan las paredes, el patio ha parido varias cosechas. Padres y abuelos se van acostumbrando al molde establecido, al surco de las piedras en la acera, al agua verde corriendo por allí. En 18 años ha cambiado la fachada de varias casas, la condición de algunos vecinos. el barrio renunció obligado a su mangar y adoptó varios edificios, atascados de orientales. Los vecinos, en su mayoría allí han quedado, al nivel del piso, en una microzona de solidaridad. Hoy me ha conmovido esta película. Pienso en el amigo casi perdido, porque no pensamos igual. Pienso en los cubanos que detesto aquí y allá, por manipuladores, por extremistas, por empujar sin darse golpe. Me voy a buscar aire visitando algunos sobrenombres, avatares. Pienso en los pocos cubanos con los que me he podido comunicar, con quienes no siempre estoy de acuerdo, como vecinos en Cuba, compartiendo en la distancia discusiones, libros y la pizca de azúcar, el aroma mañanero del café: Charlenne, Fermina, Ignacio que verá pronto a sus bebés, Michell y su familia, en otros que están en la blogósfera, pero son innombrables. Pienso en quienes piensan por mí. En la pandillita, del perro en mano, como en la película, grupito que se cree el dueño de la nube. Miro el árbol abierto a la nueva noche, en mi ventana, tengo calor. Pienso en el vecino que balacearon, aquí, en febrero, en su mujer llorando sola en plena calle. Recuerdo un toque de tambor en la sala de mi abuela, toque murmullo. Eres hija de Olokun, mija, tú eres dueña del azul y me sacudo. Le pido al Amor que Amor es, le pido al Espíritu que yace en mí, por mi familia en Cuba y las familias de todas las personas como yo que no olvidan la chiringa, aunque puedan empinar un coronel.
Para todos los amigos de otros países, va esta letra de Silvio Rodríguez, porque sé que el delirio anterior pudiera parecer encriptado.
El papalote (o El papalote se fue a bolina)
(Silvio Rodríguez)
Será por tu vivienda,
hecha de ruinas y de misterios;
porque rompías la roca
para ganarte un par de medios;
o por tus tirapiedras,
los más famosos de La Loma,
con la mejor horqueta
de la guayaba y duras gomas.
Será por todo esto
que mi memoria se empina a ratos
como tus papalotes,
los invencibles, los más baratos;
y te levanta en peso,
Narciso el Mocho, para ponerte
junto a los elegidos,
los que no caben en la muerte.
El papalote
cae, cae, cae, cae, cae.
El papalote
cae, cae, cae, cae, cae.
Se va a bolina la imaginación.
Buena cuchilla la picó.
Una vez de tus manos
un “coronel” salió brillando.
Qué pájaro perfecto:
cuántos colores, qué lindo canto.
Ninguno de nosotros
iba a volarlo, ya se sabía:
era un encargo caro
del que mandaba, del que tenía.
Llevabas en el puño
aquel dinero de la tristeza;
dinero de aguardiente
de “El Sol de Cuba”, de la cerveza;
y te seguimos todos
a celebrarlo, sucios y locos:
para ti “Carta Oro”
y caramelos para nosotros.
La gente te chiflaba
cuando en la tarde subías borracho;
tú contestabas piedras
y maldiciones a tus muchachos.
Eras el personaje
de los trajines de tu pueblo;
eras para la gracia;
eras un viejo; eras negro.
Una noche el respeto
bajó y te puso bella corona
—respeto de mortales
que, muerto, al fin te hizo persona—.
Pobre del que pensó
—pobre de toda aquella gente—,
que el día más importante
de tu existencia fue el de tu muerte.
Papalote: volantín, cometa.
La Loma: barrio de San Antonio de los Baños.
Irse a bolina: caída en tirabuzones que sufre el papalote vencido en los torneos entre cometas en los que se añade una cuchilla a la cola de los papalotes para intentar cortar el vuelo de los adversarios.
Coronel: papalote grande.
El Sol de Cuba: bodegón del barrio La Loma.
Carta Oro: marca de ron cubano.
(1972)