01 febrero, 2019

El bailarín ruso de Montecarlo

Esta novela de Abilio Estévez (Habana,1954) es como una declaración, todo cubano que ha viajado, se haya abandonado a las calles desconocidas, a los aromas, al hambre y a los recuerdos se reconocerá en el personaje principal.
Constantino Augusto de Moreas viaja fuera de Cuba a los sesenta años. El trayecto es azaroso y el ardid que lo saca del país es como todo invento, una ocurrencia liberadora. Su nombre no es cierto, su destino tampoco. En la primera página el autor nos dice que será la historia de un encuentro, un bosque, un cielo estrellado y un viaje.
Se supone que él participará en un simposio sobre José Martí, pero: Como ya he explicado José Martí, el objeto de mi estudio fue sin él quererlo (ni yo tampoco) mi gran antagonista. Y toma un tren equivocado, tira su maleta al basurero y se entrega a Barcelona.  Durante toda la novela, el narrador usará versos, pedazos de viaje, Martí será citado y cuestionado, con esa especie de amor odio del juicio cubano.
 Así se abandona al camino y se refugia en el recuerdo de un amigo grácil, su alter ego, el bailarín que busca la perfección, allá en un hotel deshabitado, en La Habana, de su juventud. Ese recuerdo es su único bien, mientras la minucia de una vida estéril le cuesta a este protagonista cojo, feo, falto de pertenencias porque al decirlo esto le regocija. Llega a un hostal, en Barcelona y no se ha escapado totalmente de sus recuerdos. " No sé vivir", dice en un desamparo esperanzador. Aprende a hacerse dueño de su libertad, porque su existencia domesticada tiene desvaríos en el evocar de las paredes, las postales, los lugares y las cosas, que quedaron allá y ahora:
Sí puedo decir que me siento libre porque me creo invisible.
Y acompañando a Constantino en sus caminos, la novela también nos regresa sobre otras lecturas, Quevedo, Poe, Zeneca, Luisa Pérez de Zambrana, Emilia Pardo Bazán, Chateubriand entre músicos y nombres de calles, fuentes a través de sus ojos y los nuestros ven. Todo se extiende sobre el antihéroe como una sábana construida con viejos y nuevos retazos
 Estoy realmente en Barcelona?¿Qué edad tengo? ¿Soy en realidad este viejo cojo y escéptico o aquel joven ágil y lleno de ilusión?
Los personajes colindantes semejan un cortejo fúnebre, plenos de tedio o de malvada audacia, toda su presencia un sopor que en cualquier instante dejará de asfixiar, Este Constantino se regocija en su fealdad, en su vejez. Más bien se abandona en toda la decrepitud de su existencia, pero se goza respirando, en una minúscula y grisácea soledad. Aquellos que no se movieron nunca adentro, tampoco improvisarán un giro majestuoso afuera. Su alimento es la evocación de una juventud sudorosa y esperanzada, pero sabe que esto se quedó allá. 
El bailarín... es una novela de muchos cubanos. En el protagonista se encarna la verdad sobre nuestras individualidades, la libertad añorada se viste de minucia material y el vivir es casi de milagro.
En el exilio, sí, Constantino Augusto te alimentas de naderías, un bailarín seguirá girando dentro de ti, en aquel balneario en ruinas donde te abandonaste a una esperanza que confiaba. Para todos los que nos fuimos, la sobrevivencia es un allégro ...y  la libertad de ser ya no es confusa.


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